El fantasma del cuaderno negro

fantasmaGuillermina es una niña que al cumplir sus ocho años recibe de regalo un conejo enano. El pequeño animal se empeña en acompañarla a sus clases. Con  él aprenderá a conocer a su nueva maestra y a sus compañeros de clase y también a resolver los problemas de su escuela.  

Primer capítulo

 Era un 8 de marzo. Guillermina Lunallena cumplía 8 años. ¡Un día muy especial! También comenzaban las clases y se festejaba el Día Internacional de la Mujer. Pero eso era lo que menos le importaba a Guillermina, aunque ella fuera mujer. Pensaba en los regalos y en cómo sería su nueva maestra. Le habían dicho que Laura, la maestra de los de tercer año, era vieja y siempre estaba de mal humor. Gritaba y todos los niños temblaban cuando la veían. Quería que todas las niñas se peinaran con moñas. Decían que los olía para saber si se habían duchado en la mañana. Exigía que los cuadernos estuvieran siempre limpios como el primer día de clase. Hablaba durante muchas horas de lo importante que era la prolijidad.

Guillermina estaba muy preocupada. No le agradaba ducharse por las mañanas. Adoraba quedarse en la cama calentita hasta último momento. Nunca tenía tiempo de peinarse con moñitas. Hacía los deberes en cualquier parte de la casa. Incluso en el piso. Por lo que sus cuadernos parecían siempre muy, muy, muy usados. Lo que más le gustaba era caminar descalza. Y mucho, mucho más, bailar descalza.  Por lo que sus pies estaban siempre…como sus cuadernos.

Su mamá la consolaba diciendo que no podía ser cierto, que las maestras tan estrictas ya no existían. De todas maneras a Guillermina le había costado dormirse la noche anterior. ¡Se sentía  tan preocupada!

Mientras caminaba hacia la escuela le dolía el estómago. Había estado mucho rato frente al espejo peinándose. No le había ido nada bien con lo de las moñitas en el pelo. Mientras dormía no recordó lo de la ducha matinal y se había quedado en la cama calentita hasta último momento. Durante la noche, en su sueño, vio  conejos saltando y girando a su alrededor. Muchos conejos. Hasta que los besos de sus padres la despertaron. “Feliz cumpleaños”, dijeron.

Al llegar a la escuela, los niños se amontonaban en el gran patio esperando conocer a sus maestros. Parecían brillantes, lustrosos. Había túnicas muy blancas y moñas muy  planchadas por todas partes. Muchas mochilas y zapatos nuevos. Como todos los años, algunos de los más chiquitos lloraban por temor a separarse de sus padres.

Con el micrófono en la mano, la directora se dirigía al alumnado.

–  Los niños de primer año A, ubíquense por acá – Decía la directora – Su maestra es la señorita Carmela De León. Los alumnos que voy a nombrar tienen que acompañarla al salón de clases.

Una mezcla de nerviosismo y entusiasmo inundaba el lugar. Los alumnos más grandes, como la hermana de Guillermina, parecían muy seguros. Se saludaban unos a otros y comentaban sobre sus vacaciones, sus maestros y compañeros nuevos.

Guillermina solo quería estar con su mejor amiga, Valentina. Tenían los mismos gustos, por eso estaba segura de que ella tampoco había querido ducharse por la mañana. Por fin, la directora anunció la lista de los niños de tercero.

–  La maestra de tercero es… Sevelinda Todasluces.

Guillermina y Valentina, se sorprendieron. La maestra era muy joven y sonreía.

–  Lamentablemente, nuestra colega Laura Piedradura se ha jubilado, los niños que voy a nombrar acompañan a Sevelinda al salón. Sofía Acáestoy, Blanca Ahorano, Marina Buenavista, Valentina Buendía, Gonzalo Dameunlápiz, Gerardo Estatequieto, Universindo Estrella, Enzo Hacegoles, Soledad Lalicencia, Guillermina Lunallena,  Mariana Mañanavengo, Agustina Mefaltapoco,  Julián Noquiero, Natalia Porqueno, Diego Porquesi, Andrés Quieromás, y Estefanía Yanohaymás.

Guillermina pensó que había algo raro en ese grupo. De todas maneras, estaba contenta de no tener como maestra a la señorita Piedradura. Ahora sí podría disfrutar de su cumpleaños.

Al volver a su casa, Paola, su hermana, venía como siempre rodeada de amigas. Hablaban del nuevo novio de Josefina y de un niño que había vivido en Buenos Aires. Guillermina solo podía pensar en que ése debía ser su día de suerte. ¡Había empezado tan bien!

– ¿Te gusta la torta? – Preguntó su madre mientras trabajaba en la cocina

–  ¿Todo eso es para mi cumple?

–  Claro.

Su padre y sus hermanos limpiaban la casa. El novio de su hermana mayor inflaba los globos y la novia de su hermano adornaba todo. A Guillermina le gustaba ver tanto movimiento en su cumpleaños. A Paola, por supuesto no le gustaba. Sin embargo y para asombro de todos, se dedicó a colocar los adornos.

A media tarde, cuando todo estuvo listo comenzaron a llegar los invitados. Guillermina abría la puerta y siempre encontraba una mano extendida con un paquete de regalo. Todos eran colocados sobre su cama, para que los invitados  pudieran verlos.

El último en llegar fue su primo Juan Manuel. Pero no extendió sus manos. Mantuvo sus brazos flexionados, sujetando un paquete rojo con una gran moña blanca. Guillermina trató de tomarlo pero el paquete salto por el aire y se alejó. Los niños corrieron tras él y lo encontraron escondido bajo una biblioteca, en un rincón. Nunca un regalo de cumpleaños había saltado de esa manera, por eso los grandes siguieron a los niños y se amontonaron cerca del paquete rojo.

Esta vez estaba prevenida, así que cuando estiró sus brazos, estaba decidida a no dejarlo escapar. El paquete se movió un poco. Ella rompió con cuidado el papel y por el orificio saltaron un par de orejas largas rosadas y peludas. Un par de ojos grises la examinaban. Las manos de Guillermina sentían los latidos de un corazón asustado, tanto como el de ella misma. El animal aprovechó el momento de sorpresa de la niña y volvió a saltar. Esta vez, corrió por toda la casa.

– ¡Un conejo enano! – Se asombraron los grandes.

– Es una hembra – Informó su tía Andrea.

Todos comenzaron a seguir al animalito que escapaba de un lugar a otro cada vez que se sentía cercado. Las tías miraban debajo de las mesas y comentaban.

– ¡Oh! Aquí hay telarañas.

Los tíos miraban detrás de los armarios y decían

– ¡Cuánto polvillo!

Los primos buscaban debajo de los asientos y gritaban

– Está acá. Allá va.

Los amigos la buscaban debajo de las camas. Salían de allí con las rodillas, los codos y las narices grises.

–  Me van a rezongar –  se quejaban.

Guillermina decidió probar el método que siempre funcionaba, y llamó,

– Rabitaaa.

La conejita corrió obediente a sus pies y la miró.

– ¿Cómo sabías su nombre? – Preguntaron los grandes.

– No lo sabía. Acabo de bautizarla. Se va a llamar Rabita. – Contestó la niña.

Despacito, despacito, acercó su mano a la nariz del animalito. Se dejó oler y lamer. Luego la acarició suavemente. Cuando la tomó entre sus manos, el corazón de Rabita latía más despacito. Casi no se sentía. Luego se la presentó a todo el mundo.

– Esta es Rabita, me la regaló Juan Manuel. – Decía.

Le mostró el baño y le dijo.

– Acá es donde se hace pichí y caca.

– No, Guille, los conejos no aprenden nada. Son solo eso, animales para mirar y acariciar. – Dijo su hermana mayor que adoraba a los perros.

Guillermina se sintió confundida. ¿Le abrían regalado un animalito tonto? Sin embargo, Rabita la miraba como si entendiera. Tenía ojos inteligentes. Por eso decidió mostrarle toda la casa.

– Acá se duerme, acá se come, acá se juega – Iba enseñándole la niña.

Así pasó Rabita el primer día en su nueva casa. En los brazos de su dueña, inspeccionando todo y aprendiendo para qué servía cada cosa.

Al otro día,  cuando la mamá se levantó, encontró todo el baño lleno de pequeñas bolitas negras.

– Vieron que me entendía – mostró la niña feliz.

Desde entonces, Rabita aprendió muchas cosas. Cuando Guillermina llegaba de la escuela le enseñaba a subir y bajar la escalera, cuales eran las plantas de su mamá que podía comer, y en un pizarrón le explicaba todo lo que su maestra, Sevelinda Todasluces, había dicho durante la mañana. Se sentía feliz. Rabita aprendía mucho más rápido que Manana, su muñeca, y aunque le costaba reconocerlo, le parecía que aprendía casi tan rápido como Pupi, su perrita de peluche.

Un día en la escuela, Sevelinda Todasluces comenzó a hablar sobre animales.

–  ¿Alguno de ustedes tiene un animal doméstico? – preguntó.

–  Yo tengo un gato – dijo Enzo Hacegoles

– Yo un perro – contó Estefanía Yanohaymás, que levantaba la mano haciendo ruidito con los dedos.

– ¿No hay más animales domésticos en esta clase? –preguntó extrañada la maestra.

–  Yo tengo un conejo enano – agregó Guillermina tímidamente.

– ¡Un conejo! – se sorprendieron todos y giraron la cabeza hacia donde estaba ella.

–  Sí, se llama Rabita y es muy inteligente. Yo le doy clases todos los días, y ella también  me enseña a mí. Cuando corre y salta es porque está contenta, cuando se echa a lo largo es porque está segura, si quiere comer empuja el plato de comida, si está en peligro se hace la muerta, y si hace posturas raras es porque se siente curiosa.

–  ¡Qué interesante! – Comentó Sevelinda – ¿Querés traerla mañana para que la conozcamos?

–  Sí , claro. – Contestó la niña.

– Dicen que los conejos dan suerte – dijo Sevelinda – Tú debes ser una alumna muy afortunada al tener uno. Se hacen llaveros con patitas de conejos para llevarlas consigo como amuleto. También son muy conocidos por tener muchos hijos. Pueden ver atrás sin dar vuelta la cabeza y tienen un gran olfato, tienen 20 veces más células olfativas que nosotros. ¿Todos prestaron atención a lo que dijo Guillermina? Ella nos dio una información muy interesante. A ver si alguno de ustedes lo recuerda.

– Que se mueven mucho cuando están contentos – dijo Gerardo Estatequieto..

–   Que se hace la muerta  – agregó Sofía Acaestoy.

–  Muy bien Sofía. Muchos animales simulan estar muertos cuando están en peligro. ¿Qué otra cosa hacen los animales si tienen miedo?

–  Los lagartos dejan la cola para que el que los persigue se entretenga con ella – contó Valentina.

–  Los zorrillos hacen pis – dijo Blanca Ahorano.

–  Los pulpos largan una tinta que ensucia el agua para que no los vean. – comentó Gonzalo Dameunlapiz

–  Señorita, señorita. El puercoespín se pone pinchudo – dijo Andrés Quieromás, mirando a Sofía y sonrojándose.

–  ¡Muy bien! Y Rabita se hace la muerta. ¿Les parece que es una buena forma de protegerse? – preguntó Sevelinda Todasluces.

– Señorita, ¿cómo hacen para caminar si les cortan las patitas? – preguntó Universindo Estrella, que siempre estaba un poco en la luna.

– Los matan primero para comerlos, verdad – contestó Diego Porquesí.

– Claro, los conejos se comen, pero no los conejos enanos. Es una lástima que un animal tan domesticable sea usado como alimento. Cada pueblo tiene sus costumbres, en la India no se comen las vacas, aunque no tengan qué comer. Sin embargo, otros pueblos comen insectos o perros o caballos.

Sevelinda continuó hablando sobre los animales domésticos y los que servían como alimento. A Guillermina, la idea de que alguien quisiera comerse a su conejita le ponía la piel de gallina.

Ahora entendía porqué se había jubilado la señorita Piedradura. Rabita le había dado suerte. ¡Tan fácil como eso! Mañana la llevaría a clase. De repente le daba suerte a la escuela.

4 respuestas a “El fantasma del cuaderno negro”

  1. muy lindo el cuento no sabia que escribia no te conocia esa parte de tu vida me encanto tus libros los quiero leer me gustan como los consigo ?

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