Guidaí en la tierra sin tiempo

Premio Anual de Literatura 2004

del Ministerio de Educación y Cultura en la categoría inéditos de literatura infantil y juvenil.

Una niña de doce años y su madre deben trasladarse a uno de los lugares más hermosos de la costa uruguaya: Kiyú. En medio de una relación sobrenatural entre presente y pasado, se van tejiendo los temas naturales propios de la pubertad: las dudas, los afectos, las contradicciones, el contexto familiar y los valores humanos. La magia viene aquí de la mano de la historia de nuestros pueblos indígenas y de la geografía de nuestro país, ya que la fauna y la flora autóctonas rodean y acompañan cada episodio.

Primer capítulo

– Los vamos para Kiyú – dijo su madre, casi como dándose impulso.

–  ¿Para Kiyú?  ¿Y tu trabajo?

– Ya no lo tengo. El Sanatorio cerró hoy. Estamos todos en la calle.

–  ¿Porqué no buscas otro?

– Por qué no hay. Estoy cansada de que me humillen. En el último lugar que solicité empleo, me dijeron que no me aceptaban el currículo porque tendrían que tirarlo a la basura cuando les diera la espalda.

– ¿Pero porqué Kiyú?

– Es el único lugar donde deseo estar. Además la vida es más barata. No pagaríamos alquiler. Podemos producir en la huerta y con lo que tu padre nos pasa por mes, pagar las cuentas.

La conversación se interrumpió allí. Julia tenía muchas preguntas pero cuando su madre tenía esa expresión en la cara, la intimidaba. Esa valentía triste. Adivinaba sus tormentas internas. Por experiencia sabía que lo mejor era esperar.

Siempre hablaban de que les gustaría mudarse a San José,  pero no parecía en serio. La vida diaria, la seguridad cotidiana estaban en Montevideo, con su escuela, sus amigos, y sus horarios.

Los veranos en Kiyú estaban llenos de baños en el río, paseos en bici y el jardín.

Cacho, su perro, les daba seguridad en las noches solitarias, aunque nada podía hacer cuando los vientos del sur comenzaban a soplar. Entonces se lo notaba tan preocupado como a ellas. Estaban juntos cuando el tornado se metió en su casa como abriendo la puerta sin permiso y se adentró en el territorio. Apenas podían soportar el calor. Observaron extasiadas la belleza de aquel pequeño remolino blanco que crecía en la prematura oscuridad del río. Recién cuando visualizaron el círculo dibujado por las nubes al girar se percataron del peligro. Recogieron algunas cosas y entraron a la casa con la esperanza de verlo pasar. Ramas y troncos remontaban como cometas. Los burletes de las ventanas serpenteaban. Apenas habían logrado encerrarse en el baño cuando estallaron los vidrios. Miles de astillas transparentes como pequeñas flechas cortaron cuanto encontraban en su camino y una manta de hojas licuadas alfombró la casa. Sus pertenencias  planeaban por las habitaciones hasta que empapadas se pegoteaban a las paredes. El techo ondulaba sobre sus cabezas como una sábana perdiéndose a pedazos en el vendaval. La lluvia se entrometía torrencialmente sobre muebles, libros y artefactos. Cuando el viento cesó,  oyeron por primera vez, el avance ferroviario de sus corazones asustados. Encontraron a Cacho acurrucado en  su casilla sorprendentemente ilesa. Desde entonces cada brisa les hacía escrutar el horizonte con suspicacia.

¡Allí tendrían que mudarse! – pensaba Julia. Todavía soñaba con paredes tambaleantes y techos que se resquebrajaban. Aún descubrían trozos punzantes de vidrio incrustados en almohadones y colchones. Además, allá no tenía amigos. Mariela nunca quería ir cuando la invitaba, sus vecinos ni siquiera la saludaban y Martín, que la miraba con simpatía,  era tan vergonzoso que antes de hablarle quedaba rojo como un tomate y huía a cualquier parte. Confiaba en que, con un poco de  suerte, su madre desistiría. Se preguntaba si no sería el shock del primer día como desocupada. Aunque parecía una idea acuñada durante largo tiempo.

Hacía dos años que Rosalba, su madre, había regresado del trabajo pálida y asustada.

– Dicen que no nos pueden pagar más el sueldo. Que deben 14 millones de dólares. Se robaron todo.

– ¿Quiénes?

– No sé, los dueños, el contador, ni idea. Sólo sé que todos los planes que tenía para mi vida madura se esfumaron.

Desde entonces, Rosalba vivía haciendo números. A veces decía que las cosas mejoraban, otras que volvían a empeorar. Hablaba de legalizar su título en el extranjero,  pero enseguida cambiaba de opinión y se convencía de que era demasiado vieja. Para Julia, y para cualquiera que la escuchara, era obvio que no tenía ni idea de qué hacer. Lo peor era cuando hablaba de sus compañeras. Que a fulana le cortaban la luz. Que mengana tenía que pedir dinero prestado. Que zutana se enfermaba.

Julia pasaba más tiempo en lo de Luli, que en su propia casa. Por lo menos allí nadie lloraba, se hablaba de fútbol o de las clases. Además los padres de Luli no se ponían nerviosos cuando ellas abrían la heladera.

La iba a extrañar. Eran amigas desde la Jardinera. En su casa siempre se sentía bien.

En eso estaba de acuerdo con su madre. Algo tenía que cambiar.

A la mañana siguiente se despertó con los ruidos que producía Rosalba yendo y viniendo por la casa. Tardó un rato en notar que esa no era la rutina habitual. Recordó la conversación del día anterior y se hizo la dormida para poder pensar.

Sentía que tenía tantos reproches para hacer. “¿Porqué nadie pensaba en ella?”, se preguntaba. “Sus padres no la habían consultado cuando se separaron, ninguno de los dos estuvo interesado en conocer su opinión. Ahora le informaba de la mudanza.  ¿Y si no quería ir ?”

Cuando no pudo disimular más se levantó. Para su sorpresa encontró libros empacados, valijas, estanterías desarmadas, plantas cerca de la puerta.

Se sentó en un banquito de la cocina, perpleja, despeinada,  tratando de despabilarse como si fuera la solución. Su madre demostraba tener una energía que en los últimos dos años la había abandonado. Iba y venía. Por primera vez, en bastante tiempo, se veía  feliz. Sonreía. Tenía  su pelo recogido, algunos rulos caían sobre la frente, usaba un vestido rojo y aunque parecía raro, estaba linda. Las arrugas que últimamente se marcaban en su frente habían desaparecido. La expresión de su mirada era serena. Sus ojos marrones y profundos hablaban por ella.

Julia dudó. Pero las palabras estaban esperando para salir.

–  ¿No vas a preguntarme mi opinión?

–  Bueno…, ¿cuál es tu opinión?

– ¡No sé cual es mi opinión! – gritó – ¿Por qué tenías que separarte de papá? ¿Por qué tenías que quedarte sin trabajo? ¿Por qué tenemos que dejar la casa? ¿Por qué tengo que dejar a mis amigos? ¿Por qué es todo tan inseguro?

– No te asustes, Lilita, la felicidad recorre caminos impredecibles. ¡Por suerte no existe nada seguro! Vas a seguir estudiando en el liceo de Libertad. Vas a venir a ver a tu papá todas las veces que quieras y podés aprovechar para visitar a tus amigos.

Su madre siempre tenía la última palabra y eso le molestaba, pero justo ahora no sabía qué contestar. Además le había llamado Lilita, como cuando era chica.

En dos días estuvo todo empacado.

A pesar de los insistentes reproches de su madre sobre el gasto del teléfono, no le alcanzaron las horas para despedirse de sus compañeros de sexto y de la escuela de música. Tantos años juntos habían hecho de cada compañero, un amigo. De todos tenía un buen recuerdo.

Luli organizó una fiesta de despedida y Rosalba aprovechó la oportunidad para invitarla a pasar el verano en Kiyú.

El día de la mudanza se habían amontonado más cosas cerca de la puerta. Le resultaba raro ver las paredes limpias de cuadros y afiches. Las ventanas sin cortinas, los muebles desarmados. La casa parecía desnuda. Era como si parte de su vida estuviera empacada ahí, y al abrir esas cajas adquiriría una nueva forma. Lo había sentido mientras ayudaba a su madre. El irreversible pasaje del tiempo ante sus ojos, por momentos, era vivido con impotencia y cierto dolor le aparecía en el pecho. Se recordaba pequeña, mirando las manecillas del reloj, ordenándoles que se detuvieran. Se preguntaba dónde habría nacido esa idea absurda de que podía controlar el tiempo y los objetos.

Alguna vez pensó que sería ella quien abandonaría esa casa como adulta. Secretamente soñaba con ser directora de orquesta. Tenía la impresión de que sería muy intenso pararse delante de un montón de instrumentos. De cada uno podrían emanar miles de frases musicales y ella guiaría esos sonidos con su batuta como un mago ante una tormenta controlable. “Delante de tormentas iba a estar, sin duda”, pensaba, “pero no que ella pudiera controlar”. Había decidido llevar sus instrumentos, su trompeta, sus castañuelas, y su xilofón.

Ante la imposibilidad de cocinar, Rosalba salió a comprar frutas y yogurt. Fue entonces que la vio. Cerca de la puerta entre el aloe y otros plantines que no conocía, había una valija de madera lustrada, con vetas de distintas tonalidades y grandes hojas talladas. Parecía una antigüedad pero no se veía vieja. Julia se fue acercando y no pudo resistir la tentación de abrirla. Parecía un botiquín. Dentro se alineaban frascos de distintos tamaños, colores y formas, que Rosalba había rotulado cuidadosamente. Se podía leer, con el inconfundible trazo de su madre: Crema de Caléndula para cortes y arañazos, Ungüento para cicatrizar cortes limpios, Gotas para estados de shock y alteraciones nerviosas, Aceite de lavanda para dolores de cabeza, por ejemplo. Encontró también gasas, algodón y  semillas de plantas aromáticas. Muchas veces se había entretenido mirando los libros de herboristería de su madre;  pero a la hora de curarle una herida, ella siempre usaba los antisépticos tradicionales. Sólo una vez, cuando era muy pequeña, la recordaba pasándole un aceite tibio por la espalda y el pecho. Julia inhalaba vahos con perfume a bosque. Las manos maternales se deslizaban sobre su piel con suavidad exquisita. Con ése mimo, se había sentido capaz de superar cualquier mal.

Cuando Rosalba volvió, Julia seguía como hipnotizada hurgando en la valija.

– Rotulé los frascos, así los podés usar cuando los necesites – explicó su madre.

– Pero mamá, en Libertad hay hospital y médicos, ¿no?

– Por supuesto, pero la locomoción no es muy buena, los medicamentos son caros, en Kiyú no hay farmacia, y, ¿sabés que?, cuando alguien está desocupado no sólo pierde el trabajo y el sueldo, pierde también otros derechos como el seguro de salud. No sé si podremos pagar la mutualista en el futuro.   ¿Ahora puedo preguntar yo?

– Claro.

– ¿Porqué estás triste si disfrutabas tanto tus vacaciones en Kiyú?

– Acá, vos siempre estabas de guardia, trabajabas de noche y dormías de día, o madrugabas y no te veía al       levantarme. Allá, andábamos en bici juntas. Hablábamos. Siempre estabas. Eso era lo que me gustaba.

–  Juntas podemos estar en cualquier parte entonces.¿No?

Ambas sonreían cuando sonó la bocina del camión fletero.

Ilustraciones de Alfredo Soderguit a color en la edición 2012.

Guidaí en la tierra sin tiempo. última edición

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57 respuestas a “Guidaí en la tierra sin tiempo”

    • Camila, la tenés acá. El primer capítulo está publicado en esta página, pero si tu maestra toma el prólogo como el inicio del libro, entonces sería: Las luces de Montevideo se apagaron.
      Saludos
      Me alegra que te haya gustado la novela.

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  1. Hola Adriana soy del liceo 5 maldonado ESTOY EN 1º6 y nuEstra PROFESORA DE IDIOMA ESPAÑOL esta muy entuciasmada con tu novela nuestras fichas de lectura la primera y la segunda que es la q tenemos que entregar el martes es del libro guidai en la tierra sin tiempo nos encantaa y nos encantaria conocERTe EN PERSONA VERDAD me gustaria mouchos darle una sorpresa ala profe y que aparecieras tu que nos cuentes sobre tus novela etc espero tu respuesta saludos

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    • Hola Cintia,
      Me encantaría ir, sólo que hasta donde tengo entendido, los escritores no nos podemos presentar de sorpresa invitados por los alumnos. Deben ser los profesores los que nos inviten. Quizá sea mejor que le des mi dirección electrónica o mi celular a tu profe y que me llame para acordar día y hora. Con gusto estaré por allá.
      cel.099535754
      acabreraesteve@gmail.com
      un abrazo

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  2. Hola, pertenezco al personal encargado de la sala de lectura del Colegio Ntra Sra del Rosario, de Estacion Atlantida y estamos muy felices de tenerte entre nuestros libros, con gran alegria hemos comenzado a leerte y asi como nosotros, los niñoss felices !! saludos cordiales.

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  3. Hoola, te queria preguntar donde puedo encontrar los otros capitulos, lo mas pronto posible en esta pagina :), bueno gracias y saludos de el liceo Nº5 de Maldonado, 1º7 :)) saludos

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  4. Hola Adriana, mi nombre es Carla y soy profesora de Idioma Español, llevo con orgullo la bandera de la lectura recreativa y trabajo con mis alumnos en eso. Ya leyeron «No huiré de mi vida» de Gabriela Armand Ugon, nos contactamos con ella y nos visitó. En este momento están leyendo «Guidaí en la tierra sin tiempo» y nos preguntábamos si podríamos coordinar que nos hagas una visita. Somos del liceo Nº2 de La Paz, Canelones. Sería fantástico para ellos y para mi, claro.
    Muchas gracias por tu tiempo.

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  5. Hola Adriana!! Me llamo Clara y tengo 11 años, soy del interior de Uruguay. Mi hermana de 18 años tuvo el libro a sus 10 años, y me lo regalo a mi a esta edad. Lo estoy leyendo y me encanta! Toda la info. y ese relato tan real de los encuentros con su pueblo indigena son increibles. El tema, los dibujos, la narracion y la trama te hacen querer leerlo las 24 hs. Es excelente! Gracias por darme una historia que seguir este año! Hermoso tabajo. Saludos

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  6. Adriana; soy docente de Idioma Español y estoy trabajando con Guidaí en la tierra sin tiempo. Me gustaría que nos visitaras. Estamos en Durazno. Podríamos coordinar, si te parece. Gracias!!
    Muy linda historia!

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  7. Hola Adriana,
    Vivo en Estados Unidos hace 12 años. Me regalaron este libro para que se lo lea a mi hija de (casi) 9 años. Lo estamos disfrutando juntas mientras se lo leo en voz alta. Me dan ganas de visitar Kiyu la próxima vez que vayamos a Uruguay.
    Gracias,
    Leticia

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  8. Hola Adriana, en el colegio de mi hija les asignaron un texto obligatorio de lectura, dieron dos opciones para elegir, ella eligió éste! Hay manera de poder acceder x internet al libro completo, dado q estamos viviendo momentos difíciles debido al corona virus y preferimos “quedarnos en casa”, aguardo tu respuesta. Gracias y besos

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  9. Hola soy nueva aquí y quería preguntarte si puedo hacerte una breve entrevista, con el fin de hacerte conocer por que mi profesor de artes nos mando a entrevistar a un artista, soy de paysandú estudió primer año de magisterio.

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  10. Hola! Soy de San José, muy cerquita de kiyu… Mi hija de 17 años recibió en 2013 de regalo tu libro, hace unos días de lo presto a mi otra hija de 3 años y cuando mi mamá lo vío me comentó que mi papá, le puso el nombre Guidai a una calle en kiyu. Nos sorprendió mucho encontrar con tu libro y esa coincidencia

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  11. Hola Adriana Cabrera necesito tu ayuda por favor te puedes comunicar conmigo soy un estudiante de universidad y necesito tu ayuda sobre tus citas literarias😭😭😭😭😭😭😭 HELP MEEE!!!

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