En oportunidad del Día del Patrimonio, el Centro Cultural Terminal Goes organizó una charla sobre el lenguaje de los uruguayos. Participamos junto a los escritores Ignacio Martínez y Alejandro Michelena. Después, por unas nanas graves, no pude subir mi ponencia a este blog. Ahora, ya bastante recuperada, aprovecho a compartirla.
Las relaciones de poder en el lenguaje
Siempre se dice que la historia la cuentan los vencedores. Yo quisiera agregar que el lenguaje también lo manejan los vencedores. Y lo que no resulta de su voluntad expresa pasa por los mecanismos que hacen que una cultura sea o no hegemónica.
Por ejemplo siempre se ha hablado del exterminio de los charrúas. Porque efectivamente hubo un genocidio en Salsipuedes y efectivamente existió la voluntad de desaparecerlos. Sin embargo, incluso las miradas progresistas sobre nuestro pasado, omiten el hecho de que el genocidio fue de hombres adultos. La posición central del género masculino naturaliza la invisibilidad de las mujeres que fueron separadas de sus hijos para que no pudieran enseñarles su cultura y ubicadas como servidumbre en las casas de los criollos, y los hijos e hijas de los charrúas que fueron criados por otros criollos también. O sea, por un lado la decisión política de exterminio, por otro lado, la construcción cultural hegemónica que condenaba, no sólo a los charrúas, sino a todos las mujeres y niños a ser un no-ser. Probablemente sea lo que les salvó la vida, pero silenció su voz. Les impidió contar su historia.
Una recopilación tardía de un glosario de setenta palabras, recogidas por Serafín Cordero en su libro Los Charrúas, recuperó algunas de esas palabras:
Is (cabeza), ijou (ojo), imán (oreja), guar (mano), atit (pie), hué (agua), it (fuego), guidai (luna), tinú (cuchillo), berá (avestruz), si si (tabaco), babulai (baleado), basquiadé (levantarse). No nos dicen nada. No tienen significado para nosotros aunque hayan sido una lengua nativa. Negados y aislados están entre nosotros. Sus genes se empeñan en visibilizarlos, resilientes, pelean. Aparecen en cabellos que no encanecen, lacios, oscuros. En pómulos altos, en ojos negros, en miradas penetrantes. Sus rasgos gritan su ausencia y su presencia tal como lo han hecho, mucho después, las fotos de los desaparecidos.
Son por eso un ejemplo de cómo desde el lenguaje se construye un discurso hegemónico. Se construye de lo que se dice y también de lo que no se dice. Lo que se condena, al decir de Gayatri Spivak, a ser “un espacio en blanco entre las palabras”. Nuestros indios fueron los primeros “otros” de nuestra cultura. Una cultura que miraba hacia Europa, y hacía de lo nativo la otredad, la chuzma, los salvajes. Como subalternos fueron privados de una posición discursiva desde la que pudieran hablar, responder, ser escuchados. Se decidió que no existían. Máxima expresión de autoritarismo. Decretar la no existencia de alguien.
Le asignamos la centralidad a Europa y Norteamérica. Queríamos ser como ellos y ellos eran la gente como nosotros, al decir de Marcelo Viñar, la gente como uno. Esa definición deja afuera a todo el que no es como uno. Si ellos eran el centro, consecuentemente nos autodefinimos periferia. Ellos eran A y nosotros B. Hoy todavía estamos peleando para deconstruir las centralidades forjadas en nuestro imaginario década tras década, minuto a minuto, segundo a segundo. Los economistas tratan de aggiornarnos hablándonos de la economía china aunque no logran penetrar en nuestro imaginario.
Pero hay otras centralidades y otras otredades a deconstruir. El hombre es el centro pero además, es blanco. La negritud se asocia a lo malo. Decimos, las estoy pasando negras, me las veo negras. También usamos la palabra negro para referirnos a alguien pobre. Otredad doble: ser negro y ser pobre. Trabajar como negro chico, decimos. Hacer cosa de negro. Negro de mierda. Negro puto. Otra otredad doble, de género y de raza. Parece un verdadero triunfo cultural de Hitler. El racismo nos sale por los poros y ni siquiera somos conscientes. Si fuera por nuestro lenguaje un extraterrestre podría pensar que todos somos arios, heterosexuales, adultos jóvenes y hombres. Porque los viejos y los niños también tienen su cuota de discriminación.
Otredad de género. Si una mujer habla con vehemencia, se dice que es una histérica. Si un hombre habla con vehemencia se dice que tiene carácter. Si una mujer golpea la mesa, está como loca, si un hombre golpea la mesa, es un líder nato. Si un hombre tiene muchas mujeres es un ganador, si una mujer tiene muchos hombres es una puta, una cualquiera, una sucia. Y la lista puede seguir. La marca cultural es muy fuerte y ancestral. Ya en 1771, la Real Academia Española señalaba que: “Es conforme al orden natural decir las cosas con aquella antelación que tienen por naturaleza o mayor dignidad… Si hay necesidad de nombrar dos, o más personas a un tiempo, es natural nombrar antes al varón que á la hembra, como: el padre y la madre: el marido y la mujer: el hijo y la hija”. ¿No decimos todavía el hombre y la mujer? Y qué raro suena decir la mujer y el hombre.
El lenguaje de los uruguayos también fue afectado por la dictadura. Trasládese para destino final era un eufemismo de asesínese y desaparézcase, y realizar apremios físicos para tortúrese, viólese, véjese hasta obtener información. Proceso decían en lugar de dictadura. Defensa de la República por ocupación con las armas del Parlamento. Corresponde anotar también que la resistencia se colaba en la oralidad popular: “al botón de la botonera, chin, pun, fuera” cantaba la gente.
Sin embargo el miedo fue cambiando nuestra forma de hablar, tanto que las palabras democracia, justicia, desaparecidos, militares producían una cierta incomodidad del escucha o del lector y la presencia física de quiénes osaban enunciarlas sufría la estigmatización y el aislamiento. Y eso fue así hasta comenzado el Siglo XXI. Fueron necesarios años de nombrar a las cosas por su nombre y un cambio en las políticas de gobierno para que el lenguaje de los uruguayos reincorporara vocablos segregados al desuso.
Los políticos como gente no igual a uno fue también una construcción del autoritarismo. Algunas de las frases hechas son: “Todos los políticos son iguales.” O “Después que se acomodan…”. O “El poder corrompe”. Convencernos de que hay una adentro y un afuera de la política fue un logro de la doctrina de seguridad nacional y de todos los interesados en desmotivar a la ciudadanía de ser protagonista de su historia.
Por eso, si tuviera que decir cuál es el rol de los artistas y en particular los que trabajamos con la palabra en esta objetivación de relaciones de poder diría que es el de mostrar al otro o a los diferentes, no como límites sino como una amplia gama de posibilidades, sensibilidades y experiencias. Mostrar las riquezas existentes en la diversidad de seres, de ideas y de conductas. Y hacerla palabras. Y en lo posible poiesis.
4 respuestas a “Después de unas nanas bravas”
Como siempre y aún después de la pelea de una semana de incertidumbres, nos dejás tus escritos que no dejan de enseñar… gracias amiga… hermana… Un abrazo!!
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Otro abrazo para vos!
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ADRIANA !!! De vuelta entre nosotros ! Bienvenida ! hay que exorcizar a la enfermedad para seguir andando .
Respecto al tema de tu ponencia.
Me voy a referir al lenguaje hablado y al escrito.
Sin duda que es un tema que probablemente dé para mucho más.
Pero esto me trae las lecturas de De Sausurre y otros clásicos y también de Gobelo y los que han estudiado el lunfardo. Creo que no siempre el lenguaje lo manejan los vencedores…o acaso el lenguaje «canero», llámese lunfardo,argot o los lenguajes de código,etc no lo hacen los vencidos ? También vale recordar a los lenguajes de código ( le lenguaje de los médicos, de los informáticos, etc)
Porque el lenguaje es un constructo que se va armando, tejiendo, desde aquel grito primero hasta el que hoy nos sirve para comunicarnos… pero claro como en toda sociedad de clases el lenguaje es una herramienta que tratan de controlar, dominar los vencedores…y con la ayuda de ser los que controlan los órganos de poder y que necesitan manejar un lenguaje que sea funcional a sus intereses …tratan de dominar la herramienta de la comunicación entre los hombres.
Como te decía, es un tema que da para mucho más.
Un abrazo y que te recuperes del todo y pronto !
Alfredo.
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Hola Alfredo, coincido con lo de Sausurre y la importancia de la oralidad como productora de significados nuevos a veces a favor, otras veces en contra y otras neutrales en relación a la cultura hegemónica. Pero hegemonías culturales hay y en mi opinión, para deconstruirlas hay que objetivizarlas. Basta ir a un partido de fútbol y escuchar lo que les gritan a los jugadores para ver que valores que creemos débiles aún persisten entre nosotros.
Espero te estés recuperando también.
Saludos
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