Luego de leer “Me llamo rojo” el año pasado, he vuelto a Orhan Pamuk y leído su thriller político “Nieve” editado por primera vez en 2002 y en nuestro medio por Alfaguara en 2006. Pamuk, escritor turco que visitó Uruguay recientemente, relata en esta novela un golpe militar en la pequeña ciudad de Kars durante una tormenta de nieve que la mantendrá aislada por tres días del resto del país. El escaso valor de la vida humana y la fugacidad de la felicidad son el trasfondo de un conflicto entre islamistas, integristas, jacobinos (así llaman a los seguidores de Atartuk) y ex izquierdistas. El personaje central, Ka, un poeta exiliado en Alemania, regresa a la ciudad fronteriza de Kars para escribir un artículo sobre una ola de suicidios entre mujeres jóvenes. Un movimiento que expone a la opinión pública las condiciones en que viven las mujeres turcas. Bajo presión y por su calidad de reconocido intelectual es usado como intermediario entre los diferentes actores políticos. Situación que le permite al lector ver a través de los ojos y oídos del personaje los diferentes mecanismos del poder entre los cuales la comunicación y el arte, en particular el teatro, juegan un papel relevante. Su elección por la democracia y por los oprimidos del “golpe teatral” más allá de sus opciones políticas hacen que uno de los golpistas lo insulte recriminándoselo:
“Los intelectuales como tú me ponen enfermo porque no tienen ni idea de lo que quieren. Mucho hablar de democracia y luego colaboráis con los integristas. Mucho hablar de derechos humanos y chalaneáis con los asesinos terroristas… Que si Europa, y le hacéis la pelota a los islamistas enemigos de Occidente… Que si feminismo, y apoyáis a los que les tapan la cabeza a sus mujeres. No te comportas según tu propia conciencia, sino que primero piensas lo que haría un europeo y actúas en consecuencia. ¡Pero ni siquiera eres capaz de ser europeo!…”
Cada vez más acorralado Ka obra según sus pasiones, tal un héroe shakespeariano. Tiene algo que se podría llamar “retro” pero que no es más que pobreza.
Vale la pena leerlo.
(La foto, claro está, no es mía. Estoy detrás del libro)