Ley de caducidad

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Supongo que es tiempo de verbalizar algo.

Que perdimos. Eso está claro. Por lo menos para las reglas de juego que aceptamos al impulsar un plebiscito. O sea que necesitábamos el 50% más uno de los votos. No creo que hubiéramos perdido si el mecanismo hubiera sido distinto. Las estadísticas dieron siempre un amplio porcentaje de diferencia entre los que deseaban anular la ley y los que deseaban mantenerla a favor de eliminar la ley de caducidad de nuestra legislación. Pero también daban números demasiado grandes de gente que no sabía qué votar o que ni siquiera sabía para qué era el plebiscito. Y para cubrir ese vacío de indecisión y desinformación nuestras fuerzas no fueron suficientes. ¿Es la primera vez? No.

Los familiares hemos visto cerrarse ante nuestros ojos muchas puertas, una y otra vez.

También hemos visto abrirse otras. Vimos abrirse las puertas de la justicia cuando decidimos aprovechar los «errores» existentes en la ley de caducidad y usarlos a nuestro favor. Así fueron condenados los mandos militares. Decíamos en esa época que la ley estaba mal escrita para los fines que perseguía y que había necesitado de la complicidad del sistema político para garantizar la impunidad. Cuando esa complicidad dejó de existir, una lectura cabal del texto de la ley obligaba al Poder Judicial a juzgar  a los criminales en varias oportunidades. Por ejemplo, los que dieron las ordenes ya que la ley solo encubría a los que habían obedecido órdenes.

También vimos abrirse las puertas de la verdad cuando la Comisión para la Paz reconoció por primera vez en la historia, que en nuestro país se habían cometido delitos de lesa humanidad en el marco de la doctrina de seguridad nacional y el terrorismo de Estado impulsados durante la dictadura.

Mucha más verdad vimos cuando el actual gobierno permitió que un equipo de antropólogos ingresara a los cuarteles a buscar los restos de los desaparecidos y un grupo de historiadores tuvo la oportunidad de reescribir nuestra historia reciente con información veraz que provenía de treinta años de búsqueda llevada adelante por las organizaciones de derechos humanos pero también por el acceso, por primera vez, a algunos archivos del Estado.

También la construcción de la memoria  ha tenido sus momentos altos. La construcción del Museo de la Memoria, del Memorial de los Desaparecidos, los múltiples homenajes a los desaparecidos que, año a año, se realizan en diferentes barrios de Montevideo y ciudades del Interior.

En resumen, la impunidad no es «total» ni «absoluta». Por el contrario, existe una ley inmoral, nula y anticonstitucional que no ha podido garantizarla porque además de inmoral está mal escrita. Aún tenemos que sacarla por eso, porque es una de las últimas secuelas de la dictadura. Y demuestra eso, la brutalidad de amparar crímenes terribles y la brutalidad con que fue redactada. Tenemos que terminar de una vez por todas con el tiempo del miedo y también con el tiempo de la ignorancia.  A este emprendimiento se han sumado las nuevas generaciones.

Pero no estamos de luto. Porque estamos del lado de la vida, porque respetamos la diversidad de pensamientos que se expresa en las consultas populares y porque estamos convencidos que como dice uno de mis personajes: «no hay puerta que un buen cerebro no pueda abrir».

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